La Venecia de Nigeria y los gigantes, por Xavier Aldekoa

"En el corazón de Lagos, la mayor ciudad de Nigeria con 24 millones de habitantes, existe un barrio-diamante tan hermoso como condenado a desaparecer".

Ilustración para la columna de enero de Xavier Aldekoa.
Ilustración para la columna de enero de Xavier Aldekoa. / Raquel Marín

Es una joya negra en el caos. En el corazón de Lagos, la mayor ciudad de Nigeria con 24 millones de habitantes, existe un barrio-diamante tan hermoso como condenado a desaparecer. Al final de un enjambre de vehículos descomunal, donde cientos de coches batallan por hacerse un hueco entre triciclos motorizados, vendedores ambulantes y furgonetas-taxi desvencijadas, se llega a un asentamiento salido de un cuento de hadas: Makoko, la Venecia de Nigeria. Construido en 1860 sobre una laguna por pescadores de etnia egun, procedentes de Benín, el barrio es un laberinto de callejuelas inundadas y casas de madera por el que solo se puede avanzar en canoa.

Para Taiwo Shemede no había un lugar mejor. “Lagos es una ciudad ruidosa y hay criminalidad; aquí vivimos tranquilos y el ritmo es lento”, decía.

Makoko era un barrio duro y bello. Pese al hedor de agua estancada y la basura, que se acumulaba bajo las chozas alzadas sobre pilares de madera, los rayos del atardecer recortaban las siluetas de los jóvenes que conducían las canoas con pértigas de cuatro metros de largo. Makoko era imperfecto: la pobreza era la norma entre sus 200.000 habitantes, el analfabetismo y el trabajo infantil eran habituales y ni siquiera había un hospital para tratar las infecciones por la falta de higiene.

Pero para tipos como Taiwo era su hogar y un motivo para plantar cara. De 35 años, Taiwo era uno de los 29 hijos del balee, el líder de la comunidad, y se había destapado como un tipo audaz y valiente. Licenciado en Administración y Negocios, se negaba a admitir que el destino de Makoko era ser engullido por la avaricia. Sabía que la lucha iba a ser desigual. El terreno donde se erguía Makoko estaba cerca del centro de negocios de Lagos, donde se situaban los barrios más exclusivos de la ciudad, y aquellas tierras poco profundas valían una fortuna. “El gobierno y las constructoras quieren expulsarnos del barrio para construir pisos para ricos”, protestaba Taiwo.

Desde su habitación se veía aquella isla artificial de arena, germen del final de Makoko.

Tras varios intentos de desalojo, que desembocaron en 2012 en decenas de casas destruidas por excavadoras e incluso un muerto por balas de la policía, el gobierno de Nigeria había cambiado de táctica. A la salida de Makoko, bajo el puente que conectaba la ciudad con el centro financiero, una constructora local, FBT Coral Estate Ltd, había iniciado trabajos de drenaje y relleno de arena. El objetivo era construir allí la Manhattan de África: un malecón de siete kilómetros y 58 hectáreas que iba a ser un complejo de lujo para 400.000 residentes con hoteles de cinco estrellas, residencias exclusivas y tres puertos deportivos. La inmobiliaria ya vendía pisos sobre plano.

La última vez que visité Makoko, Taiwo me recibió en su casa de madera sobre el agua. Desde su habitación se veía aquella isla artificial de arena, germen del final de Makoko. 

Para evitar aquel destino inevitable, Taiwo tenía un plan: la educación. Había fundado una escuela donde una docena de profesores enseñaba a leer y escribir a 385 niños de Makoko. “Si tenemos conocimiento, sabremos defendernos.”

Taiwo era un tipo audaz, determinado y dispuesto a enfrentarse a gigantes.

Solo tenía poco tiempo.

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